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VINO NUEVO EN ODRES VIEJOS

A PROPÓSITO DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LA OEA

Por César Edgardo Martínez Flores

Hace una semana inició el Quincuagésimo Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA).

La novedad promocionada con bombos y platillos fue que  era la primera Asamblea General virtual. Aunque las reuniones en línea no son ninguna novedad y se vienen desarrollando con éxito por diferentes órganos especializados de la Organización, en particular cuando los expositores están imposibilitados de desplazarse hasta Washington DC.

El tema de esta edición fue “Enfrentando los desafíos del COVID-19 en el hemisferio: un enfoque colaborativo para abordar vulnerabilidades y construir resiliencia en tiempos de crisis, con base en los 4 pilares de la OEA”. 

Pero no pasó de ser tan solo eso. Un tema más en el diccionario de temas rimbombantes con los cuales ha sabido agasajarnos la Organización.

Las menciones fueron fugaces, por parte de los Ministros de Relaciones Exteriores, y en algunos casos, ni siquiera fue mencionado. Y eso me parece lógico pues son Ministros de Relaciones Exteriores y no necesariamente deben conocer ni expresarse sobre temas tan especializados como el COVID-19. Para eso tenemos la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y los Ministros de Salud del continente.

De hecho al hacer un rápido monitoreo de medios por el hemisferio, ninguno destacó ese tema. El énfasis fue otro: la situación en Nicaragua y Venezuela.

Y precisamente, ese “temor al qué dirán” de la OEA para abordar los auténticos temas de interés de la agenda hemisférica le resta credibilidad.

Convocar a una Asamblea General para tratar el tema de los desafíos por el COVID para ocultar las verdaderas intenciones de discutir la situación de las violaciones a los derechos humanos y la democracia en Nicaragua y Venezuela no responde a ninguna lógica y es un apoteósico sin sentido.

Y peor aún la participación de muchos Cancilleres que asistieron a la cita preparados para rendir cuentas de los esfuerzos de sus respectivos gobiernos para enfrentar el COVID se vio opacada por el tema de fondo, para lo que o no estaban listos o no lo querían discutir porque están convencidos que la OEA no es el espacio para reflexionar sobre la democracia y las violaciones a derechos humanos.

Si fuera ese el caso, la región está peor de lo que me imaginaba.

Sólo así se explica que ambas resoluciones, sobre Nicaragua y Venezuela, no hayan sido adoptadas por consenso, sino por votación de la siguiente manera:

  • “Restablecimiento de las instituciones democráticas y el respeto de los derechos humanos en Nicaragua mediante elecciones libres y justas”: 20 votos a favor, 2 en contra y 12 abstenciones.

  • “La carencia de condiciones democráticas mínimas para garantizar elecciones libres, justas y transparentes en la República Bolivariana de Venezuela”: 21 votos a favor, 4 en contra y 9 abstenciones.

Si el restablecimiento de la democracia y las claras violaciones a los derechos humanos en dos países de nuestro hemisferio no pueden figurar como temas centrales para la discusión de los Cancilleres de las Américas, algo muy extraño se cuece en el continente.

Urge repasar los propósitos y principios de la Carta fundacional y toda la primera parte de ese documento aún vigente desde 1948 y respondernos si la democracia y el respeto a los derechos humanos aún sigue siendo la norma de conducta de los pueblos de las Américas.

El vino nuevo de la tecnología para acercar el diálogo interamericano y la pronta toma de decisiones no puede continuar depositándose en una organización creada bajo los principios del panamericanismo, pero con el profundo temor de tratar los temas del panamericanismo.

No puede continuar, como organización, coqueteando con una latinoamericanismo de “siglo XXI”, reivindicativo, que ya demostró también que carece de brújula y sistematización, y que por la gestión de países tradicionalmente fuertes en el multilateralismo se mantiene sobreviviendo aunque el pronóstico de desaparición ya fue pronunciado por la historia.

Una Asamblea General de la OEA eufórica por el uso de tecnologías de la comunicación pero con las deficiencias temáticas de siempre.

Casi 200 años después, las diferencias entre el panamericanismo (Doctrina Monroe) y el latinoamericanismo (Congreso Anfictiónico de Panamá) continúan marcándose en nuestros discursos y acciones.

Como bien lo ha manifestado el Embajador Sir Ronald Sanders, Representante Permanente de Antigua y Barbuda en la OEA: “La 50ª Asamblea General de la OEA no logró abordar el importante tema planteado por sus 33 Estados miembros legítimos. Lamentablemente, también le falló a las personas de las Américas que continúan siendo afectadas por el COVID-19 y esperan que los gobiernos encuentren una solución de manera colectiva”.

Fotografía de la cuenta de Twitter de la OEA

El autor es Director-Editor del Blog


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