CONTRIBUCIÓN ESPECIAL

 


LA CANCILLERIA DE LOS AÑOS OCHENTA

Por Roberto Mejía Trabanino (*)

El artículo es más bien un recuerdo personal, con una mirada general de cuando ingresamos a Cancillería, a principios de los años ochenta, y lo que experimentamos, a causa de las condiciones que prevalecían en este particular momento en el país. 

Fuimos testigos de ese acontecer y poco a poco nos vimos envueltos en la dinámica del conflicto armado con su incidencia político-ideológica, y afrontar las duras pruebas que significó, y el involucramiento en el trabajo orientado a replantear posiciones y exponer puntos de vista de El Salvador, que por su situación conflictiva estaba en la agenda de los foros internacionales y en las acciones de política exterior de muchos países.

El ambiente de trabajo en Cancillería reflejaba acción unida a la tensión, con amenazas reales o potenciales porque el fantasma de la guerra ya era visible por todos lados y se proyectó cuando un funcionario, a cargo de una Dirección General, pasó a formar parte del listado de los desaparecidos, y otros se vieron obligados a renunciar por amenazas que recibieron. 

La preocupación fue manifiesta en todos, no obstante que como parte de una formalidad, estábamos identificados como funcionarios de Cancillería con un carnet de identidad diplomática, que extendía la Dirección General de Protocolo, para que las autoridades militares guardaran al portador de la identificación, las debidas consideraciones, y así aparecían consignado en el mismo, las firmas del Director General de la Policía Nacional, del Director General de la Guardia Nacional y del Director General de la Policía de Hacienda, ordenando "a las autoridades de su mando guardar al portador de esta identificación las debidas consideraciones."

Mi primer desafío, que así lo llamo, fue como Director de Asuntos Centroamericanos y cumplir con la instrucción de viajar a Managua, para recibir los bienes de nuestra embajada y solucionar el problema de 12 asilados políticos que estaban en la misma, a raíz de la renuncia del embajador y su anuncio de que se pasaba a las filas del FMLN. 

El gobierno sandinista de Nicaragua que era hostil al salvadoreño, negaba el correspondiente salvoconducto para que pudieran salir del país, sin embargo, por gestiones de Venezuela, que ofreció asilarlos bajo su protección, se autorizó el traslado de los mismos, en una caravana de vehículos que se organizó, amparada en la protección diplomática, que los trasladó hasta la sede la embajada venezolana.

Por otra parte, el desempeño en el servicio exterior no era fácil y exigía mucha entrega y trabajo, porque se proyectaban en la comunidad internacional, intereses y afinidades político-ideológicas con una u otra de las partes involucradas en el conflicto, evidenciando, en muchos casos, con los diplomáticos salvadoreños acreditados, un tratamiento de distanciamiento u hostilidad. 

Fue un hecho la internacionalización del conflicto salvadoreño, con diferentes dimensiones políticas y efectos diplomáticos que hubo que enfrentar y que le obligaban a mantener una constante de respuesta y promoción de lo que acontecía sobre la dinámica del conflicto y la política.

Era un mundo muy diferente al de ahora, y la comunicación y los canales de la información se articulaban en torno a instrumentos y herramientas auxiliares indispensables, que cumplieron efectivamente su objetivo. 

La máquina de escribir era el principal instrumento de trabajo, el papel carbón para las copias y el indispensable liquido corrector, por si había alguna equivocación. 

Primero fueron las máquinas mecánicas, grandes y pesadas, y luego, poco a poco, las eléctricas y las electrónicas, más funcionales para el equipo de las secretarias mecanógrafas adscritas a las diferentes oficinas. Así se hacían las notas, informes, memorándums, comunicados y todas las tareas y labores de carácter administrativo. 

El télex, antecesor del fax y sus tiras amarillas de papel perforado, que se convertían en mensajes, y los mensajes en clave cifrados, con códigos de números, que se utilizaban para comunicaciones confidenciales entre Cancillería y las embajadas, utilizando para ello el libro de clave, un libro de pasta dura y color rojo, que celosamente se guardaba y había que disponer de tiempo y paciencia para cifrar y descifrar, transmitirlos vía télex. Y por supuesto el servicio del correo, para recibir y enviar la correspondencia.

Así se caracterizó el entorno de la Cancillería, con sus interioridades y matizado por la realidad del país que vivía el conflicto armado y que fue determinante en las relaciones internacionales de El Salvador. En esa línea, pudiera inscribirse todo este contexto, como un aporte a la historia de la diplomacia salvadoreña. 

(*) El autor es Embajador de Carrera de la República de El Salvador. Actualmente es Coordinador de la Agrupación de Diplomáticos Salvadoreños.

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